Por Juan
Carlos Maimone
Es más que
evidente, que la libertad o la democracia se destruyen más por sus propios
excesos que por sus enemigos y Latinoamérica con contadas excepciones, es un
ejemplo inapelable. Sobre todo; cuando sus pueblos se han hundido en la falta
de memoria y han asumido como forma de vida todo aquello donde lo sobrio o
diferente es visto con desconfianza. En otras palabras, la ausencia total de la
ética, sustentada en la falta de educación o información y que desemboca
incuestionablemente en la carencia de conocimientos valederos para analizar.
Argentina y
Venezuela– líderes absolutos en la materia – han canalizado la idea por
distintos caminos pero con el mismo resultado. Por un lado con los tristes
resultados de las Juntas Militares y por otro con una seuda democracia que
instaló Hugo Chavez y que en definitiva, no han hecho otra cosa que entronizar
la división de sus pueblos batallando entre odios y rencores, amparados en todo
caso por la inescrupulosa presencia de la impunidad.
Tanto la
muerte de Jorge Rafael Videla, como la del golpista venezolano, han venido a
desnudar estas claras falencias que se debaten insulsas en la pretensión del civismo, a través de la
barbarie pendular de la Justicia, conformando un panorama tan tétrico como desquiciado,
donde lo peor está siempre por venir.
El
desgobierno total de la República Bolivariana, manejado a su antojo desde el Ministerio
del Interior cubano, ya ha dejado de ser un secreto. Algo que después de
caminar de arriba a abajo sus geografías, dialogar con sus pueblos o conocer
sus políticos y política, anunciamos en el tiempo. Un tiempo donde no demoraron
en desmentirnos o contradecirnos y en el que asumimos la responsabilidad de perder
horas en la discusión con el tonto, que por su experiencia en el terreno de la
imbecilidad, creyó estar en lo cierto y el habernos convencido.
Cuando se
instaló el voto electrónico en Venezuela lo dijimos: Cómo se puede confiar en
los resultados de un programa emanado de las mismas entrañas de la inteligencia
cubana, donde el sólo pulsar una tecla, logra desviar cientos o miles de votos
de un lado para otro y en el que se pueden incluir a suerte o voluntad, una
cantidad indiscriminada de muertos o inexistentes…? La aparición del
tristemente célebre comandante Aramís Palacios, "jefe de la
contrainteligencia cubana" y el escándalo desatado hace horas en el seno del
teatro de operaciones bolivariano, me exime de mayores comentarios.
La pretensión
argentina de instaurar una nueva forma de justicia, desanda los mismos senderos,
que oscuros formas y oscuros de tiempo, no tienen otra meta que blanquear la
corrupción del poder y sus más allegados cómplices.
Claro está;
que explicado desde la inocencia del receptor de las dos ideas, tanto el voto
electrónico como una nueva forma de justicia, no es algo más que la aplicación
de procedimientos utilizados del Primer Mundo, aunque con diferencias
insalvables en la metodología.
Es innegable
que en Inglaterra, EE.UU, Alemania o Francia, existe el voto computarizado;
pero en estos países, hay un partido que administra y otro que controla, muy
distinto a un gobierno que hace y el destinatario aguanta.
No es menos
cierto, que los jueces y magistrados, hasta los jefes de la policía (o Sheriff)
son elegidos por el pueblo. La diferencia absoluta, es que para estos
postularse, deben demostrar “a priori”
que no están ni han estado vinculados de ninguna manera a partido político
alguno, lo que les otorga el poder inapelable de impartir justicia, con el aval
del “soberano”. Nada más lejano o ajeno a la pretensión de la Reina Cristina y
sus operadores.
Así las
cosas; ambos pueblos se debaten en la búsqueda desesperada de soluciones, a la
sombra de una de las máximas del Derecho Penal indica que: “El tiempo que pasa,
es la verdad que se aleja…” y en ese tiempo los nombres de San Martín y Bolívar
se fueron extraviando junto con la ética en los más tristes desaguaderos del
olvido…
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